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UN EPISODIO EN LA VIDA DEL ESCRITOR VIAJERO

 

 

El que Guillermo Ríos Bonilla, nacido en Colombia, esté publicando en México su primer libro de cuentos podría dar lugar a la repetición de ciertos lugares comunes entre quienes comentan libros. Que si la experiencia del desarraigo, que si el exilio, que si la inserción de temas de allá en la literatura de acá. Ignoro si algo de todas esas ideas podría estar en verdad entre las preocupaciones del propio Guillermo, pero en cambio sé que lo importante de su trabajo: lo más notable y profundo, va más allá de su propia experiencia. Del mismo modo, también ignoro qué pensará él del "deber documental" al que algunos quisieron (quieren todavía) confinar a la literatura que se hace en nuestros países, como si no pudiéramos siquiera pensar en nuestras propias circunstancias —y en la condición humana que compartimos con aquellos que están en otras circunstancias— más allá delo que dicen titulares y pantallas; pero este libro descree de esas obligaciones y se impone otras, más importantes.

     

     Si su autor atravesó varias líneas fronterizas en su trayecto por el continente, sus textos rebasan otras líneas divisorias: hay temas conocidos, situaciones ya  imaginadas, pero el tratamiento de unos y otras es diferente al que les habrían dado los maestros de otras generaciones. Hay pasiones, extravíos, terrores, visiones sorprendentes, todos de apariencia simple al primer vistazo porque el libro se agarra del presente —como lo muestran de modo obvio algunos de los cuentos— pero todos, a la vez, plenos de detalles imprevistos, de consecuencias inusitadas, porque el libro también mira hacia el pasado: tiene larga memoria.

      

     Esta memoria tiene un sitio de privilegio en los cuentos que se relacionan con la tradición clásica: las mitologías y la historia de Grecia y Roma antiguas, de las que se toman personajes y tramas. Pero los textos no miran hacia lo ya ocurrido sólo para sacar citas con las que "vestir" una historia, para darle una apariencia de erudición o respetabilidad. Además, el conocimiento del pasado da profundidad a la mirada del escritor: le recuerda que el mundo existe antes que él y existirá después, y le permite ofrecer, alrededor de cada hecho inventado y cada personaje, vislumbres de la intensidad terrible de cada momento humano, que se vuelve (ésta es la paradoja) todavía mayor cuando se compara su pequeño tamaño, y la insignificancia de sus consecuencias inmediatas, con las grandes acumulaciones de dolor, de causas y de efectos en los siglos dela historia humana. Estas historias saben que no podemos hallar ningún asidero en el mundo si nos mantenemos en el vacío, en la desmemoria y la indiferencia de lo que nos liga con los otros, pero saben también que esa conexión sólo puede producirse desde el punto de vista de nuestra pequeñísima humanidad, que se asombra y se inquieta ante lo que está más allá de ella de modo incesante.

     

     Para volver al comienzo: no es importante que Guillermo Ríos Bonilla venga de allá ni que se haya afincado acá. El talento literario es intangible: su manifestación está en los propios textos, cuyo país es el lenguaje, más allá de toda división geográfica y cronológica; cuando mucho, cada uno de quienes escriben y leen debe partir dela provincia de su propia lengua. Y Guillermo Ríos escribe en castellano: el código compartido por un conjunto de pueblos cuya historia, que ahora parecería marcada por el conformismo y la rabia ciega, es en verdad mucho más rica, como lo muestran los trabajos de sus mejores artistas. Las historias que siguen muestran esa confianza y esa aspiración: todas son parte de este momento en la vida de quien las creó y, por extensión, de todos nosotros.

 

Alberto Chimal

México, julio de 2007

 

HISTORIAS QUE POR AHÍ ANDAN:

DEVOLUCIÓN AL CUENTO DE ESPÍRITU PRIMARIO E INHERENTE

 

Hace tiempo que la lectura de un texto escrito con intención literaria en cualquier modalidad genérica ha dejado de parecerme simplemente afortunada o desafortunada, bien hecha o mal hecha, ajustada o no a las reglas, esto es, dentro del marco del criterio metódico –llámesele crítica, teoría o análisis–, y he regresado al regazo del gusto y al placer de la lectura cansado de la forma fría, árida, de precisión cirujana o ingeniera, con que se enfrenta al texto desde la academia para no ver en él sino un cuerpo inerte en espera de la revisión forense.

     

     Digo esto porque no es mi intención venir a decir si, en rigor y obedeciendo a tal o cual escuela crítica en boga, Guillermo Ríos tendría la fortuna de ingresar al canónico, quisquilloso y exquisito recinto del ambiente literario, sea placentera y provechosa o no su obra y nada más porque cumple con los estériles requisitos del lenguaje asaeteado por la crítica. Guillermo es sencillamente un escritor, un cuentista, un narrador con todas sus letras, porque en sus páginas se encuentra una de las claves sustanciales de la tradición que hoy llamamos literaria e implica toda una serie de creatividades y convenciones que nos producen placer, encanto y satisfacción cuando en una obra nos vemos reflejados, estimulados o maravillados.

    

    Las “historias” de Guillermo Ríos, como las llamaré provisionalmente en virtud de la dificultad de solamente denominarlas cuentos, están llenas de distintas fuerzas motrices susceptibles de despertar en el lector algo más que la sonrisa y la aprobación. Juegos etimológicos audaces, sátira y paradoja, manejo del mito y la leyenda, mordacidad, suspenso, anécdota, alegoría, ficción… todo este conglomerado hacen de estas “historias” un abanico ya de cuento, ya de parábola, ya de fábula, ya de mito, ya de anécdota, ya de cosmogonía.

     

     Un escritor con tales atributos, que conoce su lenguaje y se ha asomado con pasión y disciplina a otros –antiguos y clásicos, por añadidura–, que sabe hacer un sabio manejo de la metáfora sin dejarse llevar por el tono poético y conservando siempre la precisión y la firmeza narrativas, que posee un amplio y consistente cúmulo de conocimientos literarios y humanísticos en general –sobre todo de la historia, la filosofía y las teologías–, que encima de todo denota experiencia de vida y aprendizaje de las mismas que compartir; un escritor con estas características, pues, no puede dejar de aportar algo o mucho en el terreno acaso más importante de la literatura, el que un tal Longino –si fue él y no un contemporáneo– calificara como “lo sublime” y definiera en los siguientes términos: “lo sublime es el eco de un espíritu noble”.

     

     He aprendido mucho con su libro y le agradezco como lector antes que como comentarista. En sus “historias” veo confrontado lo humano que llevo en mí y, en ese espejo que son sus prosas, es posible detenerme y repensar cómo soy y he sido en diferentes ámbitos de mi humanidad interior. Y eso, señores, es literatura.

     

     Don Desiderio o el nuevo Epifanio me enseñó tanto el peso de la consideración de la muerte como el del acto de nombrar en una sola encarnación, de tal manera que, quizá, se deba morir para ese alguien que llevamos en el nombre y comenzar a ser otro ente menos aburrido con el peso de un nuevo bautizo. El encantador de mujeres y la Magdalena nunca encontrada me aportaron una nueva óptica de lo sagrado en el ámbito sexual en tiempos modernos, con su consecuente personaje mesiánico y el acto de expiación que lleva consigo para redimir en nosotros, lectores, ese algo de pudor culpígeno que cargamos en nuestras vidas. Es en El citadino en quien vi reflejada la dura mordacidad crítica contra la concepción tecnócrata que respiramos a diario ya no sólo en las urbes sino las comunidades donde el influjo extendido de la civilización ha logrado atrapar con sus largos tentáculos, y en él me vi muerto y destazado cada vez que penetra más en mí la tecnología y es sepultada mi callada y abnegada humanidad.

   

     Me reconcilié con la idea de El filósofo, del Sócrates que, como Guillermo, aprendí a culpar –junto con Robert Graves– de causar la pérdida de nuestra capacidad de asombro ante las maravillas que contiene la imaginación, y vi satisfecho cómo el mismo pensador no puede escapar del destino mítico y fabulesco. En Fragilidad leí la frase que mejor define para mí el libro y su capacidad de sumergirme en sus relatos: «para que la vida viviera un poco más», dice el segundo párrafo, y encuentro en esa aserción el motivo fundamental de haber concluido el libro y haberme deleitado con él.

     

     Tersites deja de ser el callado y resignado vejestorio para encarnar la voz del pueblo en el momento álgido de la lucha entre troyanos y aqueos, esa voz que se convertirá con el paso de los siglos en el coro de la tragedia griega, en la Atenas clásica, y enseña a cuestionar al poderoso que actúa injustamente y por provecho propio. Acaso el mejor cuento del libro por su síntesis, su impacto y su mensaje es El reloj, en el que no es el hombre quien se ve desesperado por el titubeo final ante la incertidumbre entre la vida y la muerte, sino ésta misma es la que desespera por el dominio de la verdadera condición humana convencida de su determinación.

   

     El guardián del tesoro es un mito humano inmerso en el ámbito del mito divino y en el cual ambos planos confluyen para demostrar que, pese a las apariencias de un mundo mítico lleno de dioses y figuras míticas viciosas y caprichosas, es el hombre el que se condena a sí mismo por sus actos. El ágil manejo de Trasfondos remite a una suerte de realismo mágico donde es el propio discurso el que atrapa al protagonista y le hace ver que la narración no sólo está ahí para relatar qué sucede, sino que puede al mismo tiempo ser un elemento central de sí misma.

     

     En Destello vi a un personaje bíblico más aterrizado y afín a las humanas condiciones que al personaje semidivino y casi inalcanzable que es Moisés; alegoría del hombre que reconoce que «el arte de ser jefe no es fácil», se trata de una aceptación en el líder de la posibilidad de ser uno con los suyos y no hacer a los suyos uno con la propia visión del mundo. También ¿Penélope? se deja ver, en este sentido, más humana y, por ende, más susceptible del sufrimiento, compartiéndonos que en verdad esa espera por Odiseo estaba doblemente cargada de pesar en virtud de no haberse conservado en verdad en la espera pura que todos deseamos leer en el mito.

     

     El domesticado es la imposibilidad de concebir la vida humana como un verdadero logro respecto de las otras especies que nos rodean y con las cuales compartimos el entorno y la vida; hay algo en nosotros que nos condena y nos sujeta en esta vida del ser Sísifo y afrontar de nuevo la piedra con su verdadero significado alegórico. En El llamado de los titanes vemos por fin en su justa dimensión la dualidad Dios-Satanás sopesadas en el ámbito de los mundos divinos a los que se dejó atrás por adoptar esa teología. En Oxidación, el hombre encuentra su verdadera piedra filosofal, su elíxir de la eterna juventud, en aquello que odia y denigra, pues el deseo más tenaz puede revertirse sobre nosotros mismos haciéndonos amar –como al Capitán Ahab a Mobby Dick– lo que más decimos aborrecer.

     

     La piedra es una revelación sucinta y anecdótica de lo que implica un significado verdadero detrás de la exquisita búsqueda académica, pues lo más simple y vulgar se encuentra detrás de la piedra que parece guardar un secreto. En El arrepentimiento es Dios el que se ve llevado al propio acto a que somete al hombre con su ley, con un fin que en el ser humano es la consecuencia de la desesperación y la incapacidad de soportar el acto realizado de manera inconsciente. Por último, La madre de Angélica es el cuento que se arroja al ámbito de una ficción sexual en donde distintos planos de existencia –humano y animal– se ven revueltos y asociados en la posibilidad de compartir la misma sensación y satisfacción, con su consecuente juego de celos y despechos irrefrenables.

     

     Así, las “historias” de Guillermo me representaron toda una serie de condiciones humanas en las cuales mi humanidad se veía expuesta a la ascensión o la caída. En ese sentido es en donde encuentro su capacidad literaria y su genio creativo.

 

Fernando Corona

Mayo 15, 2008

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